DESDE MI VENTANA OPTICA :: OTRO EXCESO DE LA CRIMINALIDAD
¿Hacia dónde va una sociedad, en que los que tienen capital invertido y por invertir, deben pensarlo diez veces para emplear a un “pobre”, que inmediatamente se gana la confianza del empleador, opta por robarle, secuestrarlo o matarlo? se pregunta el autor.
Por Alejandro Almánzar
NUEVA YORK.- Quienes han tomado el crimen como modo operante, siguen demostrando no tener el más mínimo respeto por nada, ni hacia nadie, que tampoco sienten temor a la condena social o judicial, la vileza conque un grupito de desalmados, asesinaron a Ana Estela Diloné, así lo deja en evidencia.
Ella vivió por décadas en el sector La Joya, Santiago, de donde se resistió a salir, si no era para la tumba. Sus deseos fueron cumplidos, pero nunca imaginó abandonar este mundo de forma tan cruel. Allí, bajo su tutela, creció Guelo Diloné, un deportista que dio lo mejor de sí, para dejarle el mejor legado a jóvenes.
Jamás pensó, que su hogar fuera vulnerado por agentes del crimen para robarle, pero cuál no sería la sorpresa en su soplo de agonía, ver, que alguien a quien alguna vez su mano alimentó, estaba entre sus verdugos, buscando, no sólo despojarla de lo que con sacrificio había alcanzado, si no, del don más preciado, la vida.
Descubrió entonces, que se aferró a vivir en un entorno sin espacio para la piedad, para los valores espirituales, familiares, morales, ni humanos. Desafiando la tesis heraclida, “jamás te volverás a bañar, con el agua que por debajo del puente pasó” recuerdo aquellos lejanos días, cuando en esta Columna, expresé mi preocupación por el derrotero familiar dominicano.
Pero Heráclito tenía razón, el tiempo es indetenible y no hubo ojo para ver, ni oído para oír, y ahora no podemos más, que oír y ver impávidos, las acciones de desaprensivos, arrebatando vidas útiles, para vivir como escorias humanas.
¿Hacia dónde va una sociedad, en que los que tienen capital invertido y por invertir, deben pensarlo diez veces para emplear a un “pobre”, que inmediatamente se gana la confianza del empleador, opta por robarle, secuestrarlo o matarlo?
¿Cómo terminaremos en un país, donde alguien que no estudió, ni se preparó con una carrera técnica, busca un empleo para salir millonario en poco tiempo? ¿Era imperioso matar a doña Estela, para robarle? ¿No era suficiente vendarla, para que no reconociera a su vecino asesino?
No, cargar con sus prendas y el dinero, no saciaban su sed criminal, la satisfacción se la da asesinar, aunque se trate de una casi octogenaria señora, indefensa. ¿Por qué vivía sola? ¿Cómo no contó, ni siquiera con un perrito que la defendiera de estas lacras humanas? Vivió confiada de su familia más cercana, sus vecinos, y entre ellos, estaba el asesino.
Sólo nos satisface saber, que dos madres, al enterarse de la persecución policial a sus hijos, involucrados en el crimen, decidieron entregarlos, con parte del botín robado, quizás estemos a tiempo para corregir las andanzas criminales de estos muchachos.
Gobierno, empresarios, iglesias, grupos sociales, profesionales, deben unir esfuerzos para que otra Estela Diloné no encuentre la muerte, a mano de gente tan pobre de espíritu, que desprecia a Dios.
Por Alejandro Almánzar
NUEVA YORK.- Quienes han tomado el crimen como modo operante, siguen demostrando no tener el más mínimo respeto por nada, ni hacia nadie, que tampoco sienten temor a la condena social o judicial, la vileza conque un grupito de desalmados, asesinaron a Ana Estela Diloné, así lo deja en evidencia.
Ella vivió por décadas en el sector La Joya, Santiago, de donde se resistió a salir, si no era para la tumba. Sus deseos fueron cumplidos, pero nunca imaginó abandonar este mundo de forma tan cruel. Allí, bajo su tutela, creció Guelo Diloné, un deportista que dio lo mejor de sí, para dejarle el mejor legado a jóvenes.
Jamás pensó, que su hogar fuera vulnerado por agentes del crimen para robarle, pero cuál no sería la sorpresa en su soplo de agonía, ver, que alguien a quien alguna vez su mano alimentó, estaba entre sus verdugos, buscando, no sólo despojarla de lo que con sacrificio había alcanzado, si no, del don más preciado, la vida.
Descubrió entonces, que se aferró a vivir en un entorno sin espacio para la piedad, para los valores espirituales, familiares, morales, ni humanos. Desafiando la tesis heraclida, “jamás te volverás a bañar, con el agua que por debajo del puente pasó” recuerdo aquellos lejanos días, cuando en esta Columna, expresé mi preocupación por el derrotero familiar dominicano.
Pero Heráclito tenía razón, el tiempo es indetenible y no hubo ojo para ver, ni oído para oír, y ahora no podemos más, que oír y ver impávidos, las acciones de desaprensivos, arrebatando vidas útiles, para vivir como escorias humanas.
¿Hacia dónde va una sociedad, en que los que tienen capital invertido y por invertir, deben pensarlo diez veces para emplear a un “pobre”, que inmediatamente se gana la confianza del empleador, opta por robarle, secuestrarlo o matarlo?
¿Cómo terminaremos en un país, donde alguien que no estudió, ni se preparó con una carrera técnica, busca un empleo para salir millonario en poco tiempo? ¿Era imperioso matar a doña Estela, para robarle? ¿No era suficiente vendarla, para que no reconociera a su vecino asesino?
No, cargar con sus prendas y el dinero, no saciaban su sed criminal, la satisfacción se la da asesinar, aunque se trate de una casi octogenaria señora, indefensa. ¿Por qué vivía sola? ¿Cómo no contó, ni siquiera con un perrito que la defendiera de estas lacras humanas? Vivió confiada de su familia más cercana, sus vecinos, y entre ellos, estaba el asesino.
Sólo nos satisface saber, que dos madres, al enterarse de la persecución policial a sus hijos, involucrados en el crimen, decidieron entregarlos, con parte del botín robado, quizás estemos a tiempo para corregir las andanzas criminales de estos muchachos.
Gobierno, empresarios, iglesias, grupos sociales, profesionales, deben unir esfuerzos para que otra Estela Diloné no encuentre la muerte, a mano de gente tan pobre de espíritu, que desprecia a Dios.
El autor es periodista.
Reside en Nueva York.
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