lunes, 17 de septiembre de 2012

YELIDÁ : EL POEMA DEL MULATAJE ANTILLANO.

"Tomás Hernández Franco, natural de Tamboril, Santiago de los Caballeros, República Dominicana, publica Yelidá en 1942, poema en el que proyecta el aliento paradisíaco de la topografía entroncada en la epopeya racial de la mulatía" dice Bruno Rosario Candelier.

POR DOMINGO CABA RAMOS

SANTIAGO.- Yelidá, de Tomás Hernández (Tamboril, 29 de abril de 1904 – Santo Domingo, 1 de septiembre de 1952), junto a Compadre Mon (1942), de Manuel del Cabral; El poema de la hija reintegrada (1934), de Domingo Moreno Jimenes y Hay un país en el mundo (1949), de Pedro Mir, entre otros, forma parte de los textos capitales de la poesía dominicana del siglo XX. Fue compuesto en 1942 en El Salvador, año en que su autor desempeñaba funciones diplomáticas en esa nación suramericana.

1. ¿CÓMO FUE ESCRITO YELIDÁ?

La riqueza léxica, así como el extraordinario valor simbólico, literario y cultural que se aprecia en el poema contrastan poderosamente con la forma acelerada, repentista o casi improvisada como fue escrita dicha composición. Así lo testimonia la viuda del poeta, doña Amparo Tolentino, en una entrevista concedida al autor del presente artículo, años antes de su sentido fallecimiento:

« Tomás escribió a Yelidá prácticamente de un tirón – afirma doña Amparo. Recuerdo que esa tarde llegó de la Embajada, se sentó frente a su maquinilla y como si alguien le estuviera dictando los versos comenzó a escribir. El sonido de la máquina parecía una metralleta. No se detuvo hasta que llegó la hora de asistir a una de las habituales recepciones propias del servicio diplomático. El poema quedó así iniciado, el papel donde escribía lo dejó en la maquilla para continuarlo a su regreso. Y así fue. Cuando regresó en la noche, reinició el trabajo poético antes suspendido, y no se paró de la silla hasta que la obra quedó felizmente terminada. Esto ocurrió de manera rápida – continúa explicando doña Amparo. Me pidió que le corrigiera un verso, no recuerdo cuál. Le dije que estaba bien así. Extrajo el texto de la máquina y sin corregir una sola palabra lo envió a la imprenta, y ese texto es el que hoy todos conocemos con el título de YELIDÁ» (1)

Cuando compuso el poema, Hernández Franco conocía muy bien al pueblo haitiano, su cultura y el ritual mágico del vudú; pues en Haití había residido en su condición de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario y Secretario de la Legación Dominicana en Puerto Príncipe. También poseía vastos conocimientos de la poesía negroamericana, bastante cultivada en las Antillas durante las décadas de 1930 y 1940, como se demuestra en el ensayo que sobre el tema publicó en el mismo año en que fue puesto en circulación el poema Yelidá. (2)

Igualmente, y gracias a su estadía en Europa, donde cursó estudios, conoció a muy temprana edad la vanguardia literaria vigente en los años veinte. "En el Viejo Continente - habíamos escrito - Hernández Franco logró forjarse una sólida formación cultural y literaria. Allí mantuvo estrecha ligazón con intelectuales latinoamericanos y europeos, conoció la poesía francesa, la poesía modernista, las corrientes de vanguardia vigentes en la época (Cubismo, Futurismo, Dadaísmo, etc.) y publicó muchas de sus obras" (3).

Conforme a lo anteriormente indicado, Bruno Rosario Candelier, afamado crítico dominicano, es más explícito al afirmar que:

«Yelidá se produce por el contacto directo del autor con la vanguardia artística en París y por el contacto, directo y en vivo, con la realidad mágica y ritual del vudú en Haití» (4)

Esos conocimientos le permitieron al inspirado bardo tamborileño crear una obra poética de alegórica esencia e inconfundible acento vanguardista, y recrear, por vía de esta, la expresión haitiana de la cultura afroantillana.

Yelidá, desde el punto de vista de su construcción retórica, cumple con todos los rasgos formales de una alegoría (5). Nada en esta obra, en lo que a su contenido respecta, se expresa de manera directa, sino a través de símbolos, originales imágenes e impresionantes y complicadas metáforas que le imprimen al texto un alto nivel de hermetismo que, por lo común, impide que su contenido profundo pueda ser desentrañado cuando se lee por primera vez.

« La adecuación entre significado y significante - escribe al respecto José Alcántara Almánzar -se evidencia en el hábil manejo de las metáforas y el empleo de una simbología no siempre captada en una primera lectura del texto. Junto al uso de un lenguaje en el que abundan metáforas deslumbrantes y numerosas imágenes de increíble originalidad y eficacia - continúa explicando el conocido narrador y crítico literario - el poeta vertebró sabiamente los distintos elementos del texto, logrando una de las más acabadas composiciones épico - líricas del siglo veinte en la República Dominicana…» (6)

2. ¿DE QUE TRATA EL POEMA?

Describe la síntesis o fusión de dos razas, la negra, representada por Madam Suquí, y la blanca, representada por Erick, así como la variante que de esta fusión se genera : el mulato, expresión racial característica del ámbito americano, magistralmente simbolizada por la protagonista de la historia : Yelidá.

Estructuralmente conformado por 211 versos distribuidos en seis partes: “Un antes”, “Otro antes”, “Un después”, “Un paréntesis”, “Otro después” y “Un final”, Yelidá es un poema narrativo de carácter épico - lírico en el cual se cuenta una historia principal: la historia de una mulata, Yelidá, y otras dos historias secundarias: las del noruego Erick y la haitiana Madam Suquí, padres de Yelidá.

En los dos primeros antes (antes de la historia de Yelidá) se nos cuenta (“Un antes”) la historia de Erick, “el muchacho noruego que tenía alma de fiord y corazón de niebla…”, quinto hijo nacido a orillas del mar, “en la pesquera choza de brea y redes salpicada casi por las olas…”. Hijo “de padre ausente naufragado”, “nadador de algas profundas y arenas sorprendidas”, en fin, criado para los afanes del mar, Erick, adolescente aún, había desentrañado todos los misterios del mundo marino. Además de conocer “los nombres de los peces, de las puntas y cabos…”, así como “la oración del canal y la bahía…”, cuando apenas tenía quince años ya “conocía mil golfos…”

Ese gran dominio de su entorno o hábitat contrasta significativamente con su inocencia, ingenuidad y carencia de mundanos conocimientos. Tan inocente era, que a los veinte años, Erick todavía “era virgen dentro de sus botas de hule/ y creía que los niños nacen así como los peces/en la noche quieta de los reposos del mar…”

La tranquilidad mental del muchacho termina cuando su tío piloto le cuenta, en secretos, tentadoras “historias de islas/con puertos bruñidos y azules/donde centenares de mujeres subían carbón al barco/y donde en la noche florecía el burdel con hondo aliento de tam –tam”.

Consciente estaba Erick “de que los marinos noruegos siempre desertaban en las islas, /pero cuando estaban bien borrachos los capitanes los metían a patadas/ en las bodegas sucias y entonces volvían a Noruega…”; pero fue tal el efecto motivador que esas eróticas historias generaron en su mente, que sin pensar en las patadas de los capitanes, “el marinero Erick”, a los veintidós años, decide ausentarse de Noruega y viajar a una de esas “islas de las montañas de azúcar” (Santo Domingo), y donde, según su experimentado tío, “las noches olían a cedro como las barricas de ron…”. Se estableció, específicamente, en la porción occidental (Haití) de la referida isla, marco en donde suceden los hechos poéticamente narrados.

Por esa razón, a los treinta años (Otro antes), lo encontramos no solo vendiendo arenques noruegos en el pueblo haitiano de Fort Liberté, sino también casado con la negra Madam Suquí (antes Mamasuel Suquiete), “virgen suelta por el muelle del pueblo”, y quien no obstante morar “en el burdel anclado…” había logrado preservar su himen gracias a los mágicos poderes del “amuleto de Mamualá Clarise…”

Suquí amó con pasión a Erick, atraída, no por su nobleza y rasgo de hombre bueno, sino por el blanco de su piel y el rubio de sus cabellos, esto es, “lo amaba porque era blanco y rubio…”. Por eso rezaba a sus dioses para no dejar de sentir en su piel negra el calor de su hombre blanco: “rezaba a Legbá y a Ogún por su hombre blanco/rezaba en la catedral por su hombre rubio…”

Erick también amó apasionadamente a la haitiana, pero no quería atarse carnalmente a esta, pues ello implicaría asumir la nueva realidad sociogeográfica con que el destino lo había puesto en contacto y desdecir de su identidad, en un momento en que su pensamiento no había podido apartarse del playero paisaje de su natal Noruega.

“… y tomaba quinina en grandes tragos de tafiá
para sacarse de la carne a la muchacha negra
para ahuyentarla de su cabeza rubia…
para poder pensar en su playa noruega”

Pero Suquiete lo amaba con locura y no podía perderlo. Para preservarlo o “amarrarlo”, “cambió el amuleto de Mamualá Clarise/ por el corazón de una gallina negra”, bebedizo que Erick ingirió un “viernes bajo la luna llena…”, y fue esa la razón por la que “muy pronto los casó el obispo francés”

3. COMIENZA LA HISTORIA

Erick sucumbe ante los embrujos sexuales e irresistibles encantos y “encantamientos” de su negra esposa. Afectado por los estragos de la fiebre y los escalofríos se enferma y un día muere, “su alma sin brújula voló para Noruega/ donde todavía le quedaba el recuerdo”; pero antes, “varado sobre la carne fría y nocturna de Suquí”, ya había plantado la semilla que contribuyó al embarazo de esta y posterior nacimiento de Yelidá. Este acontecimiento, marca el punto de partida de la tercera parte del poema (“Un después”) e introduce al lector en la verdadera historia de Yelidá.

“Y así vino al mundo Yelidá en un vagido de gato tierno”

La niña recién nacida aparece “inerme entre los trapos”, “mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí”, la cual estaba muy regocijada por el gran regalo que le había dejado su “marido rubio”. Empezó a crecer con lentitud de espiga”, y en la medida que crecía iba mostrando los rasgos característicos de la raza mulata. Se trata de una joven doncella que no es ni negra ni blanca, sino el producto étnico resultado de la síntesis o fusión de estas dos razas: el mulato

“Negra un día sí y un día no
blanca los otros
nombre de vudú y apellido de kaes…”

4. LA AVENTURA DE LOS DIOSES Y EL TRIUNFO DE LA MULATIA.

En la cuarta parte (“Un paréntesis”) se narra la aventura de los dioses noruegos en las Antillas.
Al enterarse de que Erick había fallecido, estas divinidades emprenden viaje hacia Haití, y ya aquí buscan a los dioses caribeños (Wangol, Badagris, Agoué, Ayidá – Queddó) a quienes les piden, implorantes y llorosos, salvar la última gota de la sangre de Erick que circulaba por las venas de Yelidá, “la escandinava inocencia de una gota de sangre”, generándose de esa manera un conflicto racial entre dioses negros y blancos, cada uno de los cuales luchaba por preservar la porción de la sangre de sus respectivas etnias, aprisionada en el cuerpo de Yelidá.

Los dioses nórdicos temían y se lamentaban del cruce biológico, de que su sangre, trasplantada en otro cuerpo ajeno a su mundo, por “la aventura de cosas de hombre” y “cosas de mujer “:

“Perdida iba a quedar para su ártico
en el flotante archipiélago encendido
perdida iba quedar para su mansa
vegetación de pinos ordenada
perdida iba a quedar para su lucha
de olas aceite y peces
perdida iba a quedar para Noruega
en las islas de fuego condenada”

Ese conflicto, se nos presenta como la más auténtica representación simbólica de la lucha histórica que tuvieron que librar los pueblos americanos, colonizados por las grandes naciones europeas, en pos del logro de su independencia o de su autodeterminación.

Pero el poder sobrenatural de los dioses afroantillanos se impone, vale decir, los dioses blancos fracasan en su intento, porque la noche en que llegan, “Yelidá había tenido su primer amante…”, y este hecho consolidaba sus vínculos insulares o la ataba fuertemente a la realidad sociocultural donde nació y creció. Por esa razón los dioses noruegos, “rota toda esperanza”, regresaron a su tierra.

Triunfan los dioses negros, y esa victoria entraña un significativo valor simbólico por cuanto representa el triunfo de nuestras raíces culturales, el triunfo de la raza mulata, el triunfo del ser americano.

En “Otro después” el poeta – narrador nos presente un perfil descriptivo acerca de los atributos sensuales y seductores de Yelidá:

“Con alma de araña para el macho cómplice del espasmo
Yelidá por el propio camino de su vientre
asesina del viento perdido entre los dientes de la gruta
ahí se estaba vegetal y ardiente
en húmeda humedad de hongo y de liquen
caliente como todo lo caliente…”

5. EL POEMA TERMINA, PERO NO LA HISTORIA

Un solo verso, “desconcertante”, al decir de Baeza Flores: “Será difícil escribir la historia de Yelidá un día cualquiera”, conforma la parte última del poema (“Un final”), y cierra los diferentes estadios de la épica historia. Es como si Hernández Franco quisiera dejar sentada en la mente del lector, la idea de que la historia de Yelidá quedó inconclusa y que ojalá surja alguien que un día cualquiera pueda terminarla.

El asunto central que se describe en Yelidá es la síntesis racial, la fusión de las razas blanca y negra que dan como resultado un nuevo engendro étnico: la raza mulata, expresión racial del continente americano. De ahí que esta composición, al decir del ya citado crítico, Rosario Candelier:

“… entraña una defensa de la cultura mulata y, simbólicamente, una forma de representar una parte muy significativa de nuestra idiosincrasia biológica, social y cultural. Lo que Yelidá representa – continúa el destacado escritor mocano – es la expresión de lo criollo en su doble dimensión histórica y mitológica, la epifanía de lo auténticamente mulato en su vertiente caribeña, antillana e insular». (7)
Pero la unión del negro con el blanco no solo va a engendrar un nuevo tipo racial, el mulato, sino también, una nueva cultura, la cultura mulata. Y es esa cultura la que magistralmente aparece descrita en el poema.
Con Yelidá, Tomás Hernández Franco aporta una de las obras poéticas de mayor trascendencia artística y significación literaria de la literatura dominicana. De perceptible y hondo aliento vanguardista, el poema constituye un fiel retrato de la realidad social, histórica y cultural de los pueblos afroantillanos, con sus rasgos entrañables: con sus magias y sus misterios; con sus religiones y sus mitos; con sus ritos y sus danzas; con sus costumbres, creencias y tradiciones.

Nos presenta este singular texto la visión panorámica y poetizada de una franja insular, en la que lo racial y lo sexual aparecen en primer plano, y en donde lo mágico y lo mítico se funden con la realidad, conformando, en última instancia, las bases de nuestra identidad, así como los lazos o raíces que definen y nos atan al ser americano. Unos nexos culturales que nos vinculan a un paisaje histórico que no ha sido, al parecer, del todo explorado. Un mundo, América, cuyos máximos anhelos faltan por materializarse, y cuya historia falta por escribirse en forma íntegra, razón por la cual el poeta decide terminar el relato afirmando que:

“Será difícil escribir la historia de Yelidá un día cualquiera”
El autor es profesor universitario.
Reside en Santiago.

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